Fui a México después de la probación por un curso, que luego se prolongó por doce años, de mucha vida en abundancia.

Acompañaba a algunos grupos de CEBs (Comunidades eclesiales de base). En su mayoría eran grupos de mujeres y algunos de matrimonios que me ayudaron a crecer en la fe y en mi compromiso como religiosa… Su reflexión sencilla sobre la realidad, iluminada por la palabra de Dios y su compartir me fue aliento e impulso para el caminar.

También colaboraba con jóvenes, en la pastoral vocacional, en el voluntariado. Y vivía y apoyaba en la casa de formación.

Puedo decir que en los diferentes espacios que me tocó compartir me sentí afortunada y recibí el ciento por uno. Quizás la palabra Gracias no es suficiente. Los años han pasado, pero en mi corazón hay muchos nombres grabados.

Cuando tenía once años tuvimos en el colegio una charla de un misionero, que estaba en África, me impactó tanto todo lo que nos compartió, que desde entonces había un deseo en mí de ir a otro país… Entré en la Sociedad y después de años se hizo realidad.

La fe, la confianza y la amistad del pueblo sencillo y pobre. Sus puertas siempre abiertas y su generosidad. Me decían “Tú eres de nosotros”

Rosa Filipina nos dejó su capacidad de riesgo y de superar dificultades.

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