Se me encarga escribir unas líneas sobre mi “encuentro con Sofía”. E, inmediatamente, reflexiono y descubro que no ha habido un único “encuentro” en mi vida, sino varios, todos ellos propiciados por religiosas de Sagrado Corazón, que han sido para mí vivos ejemplos de la misión que encomendó Santa Magdalena Sofía Barat. Descubro que todos ellos me vienen dados, sin buscarlos, y que en su totalidad fueron para mí puntos de inflexión vitales. No tengo más remedio que nombrar a las RSCJ que los propiciaron, porque sin ellas no hubiera habido ningún “encuentro”.

Todo empieza a los siete años (1970), cuando Mercedes Torrella (RSCJ), en el Colegio del Sagrado Corazón de Godella-Valencia, convence a mis padres para que me forme y tome la Primera Comunión en el colegio adonde ya habían asistido mi abuela materna, mi madre y mis tías –en el externado-, y donde por entonces eran alumnas mi hermana Isabel y mis primas. Yo era uno de los muy pocos chicos: una vivencia intensa. En la juventud, asisto a dos campamentos de verano en Bagà-Barcelona, propiciados por Marisol Soler (RSCJ) y Pilar Meléndez (RSCJ). Yo pensaba: “¡Estas mujeres de nuevo!”. Tras un período largo sin contacto, Pilar Meléndez (RSCJ) en 1998 me “rescata” para ofrecerme ser profesor del Colegio de Godella donde también me «encontré» con Pilar de la Herrán (RSCJ) –y hasta hoy. En 2006, con el beneplácito y el apoyo de Cristina Murillo (RSCJ) y de Margarita Bofarull (RSCJ), accedo a la Dirección General del Colegio de Godella hasta 2014: una etapa decisiva de “vivencia con Sofía”. Este hecho me permitió encontrarme con Elena Guzmán (RSCJ), Montse Riu (RSCJ) y Chuli Sainz (RSCJ), entre otras, y con muchos otros educadores en Godella y otros colegios de España, todos ellos ya con muchos “encuentros” con Sofía. Durante ese período, convivo con más “sofías” en Godella: Teresa Gomà (RSCJ), Susa Peris (RSCJ) y Mª Carmen Soler (RSCJ). La Congregación me ofrece por entonces, en dos ocasiones, la oportunidad de pasar unos días en Joigny, en la casa natal de Sofía: allí acabé de entender lo que significaba una vida consagrada a la educación. Y mi hija Sílvia, por fin, también fue alumna: esa fue la única ocasión en que pude decidir yo mismo.

Tras este periplo continuo de “encuentros con Sofía”, hechos realidad junto a religiosas del Sagrado Corazón, doy gracias por todos ellos y, especialmente, agradezco de todo corazón a todas las RSCJ que me llamaron, me acogieron y de las que pude aprender “el camino de Sofía”. Y, sobre todo, porque ahora disfruto de una vida dedicada al servicio de la educación de los jóvenes.

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