Lo que me gusta mucho de Magdalena Sofía es que es una santa que caminó con decisión sobre la tierra y tuvo un contacto estrecho con la realidad.

Hay una anécdota de su vida que me gusta especialmente. En aquellos tiempos muchas hermanas morían a causa de enfermedades y epidemias. Hubo una hermana joven, Aloysia, que murió en fama de santidad.

La gente empezó a acudir a su tumba, pidiendo su intercesión en diversos asuntos, y empezaron a suceder milagros atribuidos a ella. Cada vez más personas acudían a su tumba, que estaba ubicada cerca del monasterio, lo que afectó la vida de las hermanas e interfirió con su vida y misión monástica. Empezó a resultar molesto. Magdalena Sofía fue a la tumba de Aloysia y dijo: «¡Aloysia, basta de milagros!» Y los milagros terminaron.

Me encanta ese modo de Sofía ante esa situación, porque este fenómeno extraordinario podría usarse de varias maneras: para dar a conocer la Congregación, para recaudar fondos, para promover a una persona. Sin embargo, para Magdalena Sofía era importante ser «milagrosa»; no interfirieron en lo importante, en lo más importante, para que no distrajera a las hermanas, no las distrajera de cuál es su misión, no interfiriera en su vida interior, en el funcionamiento de una pensión, en la escuela, no las distrajera de sus deberes diarios, de cuál es su primer compromiso.

Lo que me encanta de Magdalena Sofía es su firmeza en la tierra, su fidelidad al día a día, a lo que hay que hacer, a lo que hay que resolver, a quién hay que atender y, al mismo tiempo, siempre asumió todos estos deberes cotidianos y ordinarios en conexión con el Señor Jesús, con el espíritu de descubrir por sí misma y proclamar el Amor del Corazón de Jesús a los demás.

Ir al contenido