Peregrinar con esperanza

Cuenta la Leyenda Áurea que en el siglo IV, un hombre de estatura gigantesca se dedicaba a pasar gente de una orilla a otra y un día tuvo la suerte de trasportar al mismísimo Niño Jesús.  No sé si ha sido obra de san Cristóbal, pero pienso que también la Vida religiosa y la Sociedad dentro de ella, hemos sido llevadas “a otra orilla” y no se trata de pensar si la cruzamos o no – estamos ya en ella -, sino de reconocerla como tierra sagrada y suelo bendito en el que ahora nos toca peregrinar.  

En ese lote a reconocer se incluye la disminución en número y en presencias, el aumento de la media de edad y la escasez de vocaciones. “Esto es lo que hay” y no podemos cambiarlo. Lo único que está a nuestro alcance es vivir esto “que toca” con los ojos fijos en Jesús y la determinación de vivirlo y “peregrinarlo” desde esa esperanza a la que nos convoca el Jubileo. Solo ella puede obrar el milagro de que, lejos de sentirnos “defraudadas” y entristecidas por cómo van las cosas, lo vivamos animosas y contentas, porque no hay dato sociológico que pueda anular la afirmación de Jesús: “La alegría que yo os doy no os la puede quitar nadie” (Jn 16,22).  A la sombra de esa convicción podemos sentarnos, esos son los frutos que queremos saborear, en estas ramas sabemos que anidan los pájaros. 

retiro Dolores Aleixandre

Cuando Jesús miraba la realidad afirmaba: “El Reino de Dios se ha acercado” (Mc 1,15): nunca habíamos necesitado con tanta urgencia participar de esa mirada capaz de perforar la superficie de las cosas. Esa seguridad suya “no ha caducado” y eso nos permite peregrinar desde una confianza absoluta en Su cercanía en nuestra historia y descubrir, más allá de sus aspectos sombríos, la fuerza de Su presencia. 

La generación de los 75/80 en adelante y que “somos legión”- aprendimos después del Concilio a cambiar antiguas palabras – perfección, separación, dignidad religiosa, cumplimiento, uniformidad, exactitud, ejemplaridad…, por otras como cuidado, cordialidad, humanidad, corporalidad, diversidad, vulnerabilidad, amparo, cercanía, gratuidad, sencillez…   

Nos fuimos dando cuenta – no siempre fácilmente- de que, más que grandes instituciones en las que “recibir” alumnos/as, lo que se esperaba de nosotras era que fuéramos mujeres más accesibles, más humanas, más capaces de amistad y de escucha, más disponibles para caminar fraternalmente con otros, afrontando juntos la intemperie y compartiendo nuestro único tesoro que es el nombre de Jesús y el amor de su Corazón. 

A la hora de caminar como peregrinas en estas tierras a veces inhóspitas, la esperanza tiene bastante tarea: la necesitamos para escapar de la tentación de los suspiros y nostalgias que nos hacen añorar aquellos tiempos en que éramos muchas, significativas e importantes. Y nos avisa de la pérdida de tiempo que supone gastar energías en ese tipo de lamentaciones. 

Cuenta un midrash que, en la tarde del último día de la creación, las letras del alefeto  hebreo se fueron presentando ante el Creador para pedirle: “Por favor, ¡elígeme como primera letra de la Torah”! La agraciada resultó ser la bet por la que comienza la palabra berakah (bendición) y  beresit  “En el principio…”  

Su forma se parece a un cuadrado incompleto, cerrado por la derecha y por ambos lados, dejando el lado izquierdo completamente abierto.  Y como la escritura hebrea va de derecha a izquierda, parece que nos está indicado el sentido del camino: – “¡Camina siempre hacia delante! Avanza sin dispersarte, no te empeñes en empinarte por encima de tu estatura ni te pegues tampoco al suelo; y ni se te ocurra retroceder porque chocarás con el tope del punto de partida”. 

Esa es la tarea de la esperanza: hacernos caminar siempre hacia delante. 

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