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Comentario de la liturgia

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domingo 4 de junio

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por Pilar de la Herrán RSCJ

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De profesión, sus artes. En mi vida de educadora siempre he creído en la labor humanizadora del arte. Lo he respirado siempre. Agradezco mucho la oportunidad que he tenido de profundizar en la reflexión sobre la fe a lo largo de mi vida. 

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Evangelio: San Juan 3, 16-18

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Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

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Hoy celebramos que Dios no es un ser solitario, sino un ser familiar.  No es un problema de matemáticas, sino un misterio de comunión. Dios, en Jesús, se nos muestra como relación. 

En estos últimos días de Pascua hemos ido escuchando cómo Jesús nos promete el Espíritu, el Defensor, el tan olvidado en la liturgia occidental.  

Estamos llamados en esta fiesta central del cristianismo a realizar el proyecto de Jesús: El ser humano está hecho de tal manera que no se realiza ni puede encontrar su plenitud “si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás”. Ni siquiera llega a reconocer el fondo de su propia verdad si no es en el encuentro con los otros: “Solo me comunico realmente conmigo mismo en la medida en que me comunico con el otro”. “La vida subsiste donde hay vínculo, comunión, fraternidad”. Esta realidad expresada por el Papa Francisco en Fratelli Tutti (87) nos pone en camino en el deseo de pensar y gestar un mundo relacional, abierto y transformado.  

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