Lc 2, 22-32

Y, cuando llegó el día de su purificación, de acuerdo con la ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentárselo al Señor, como manda la ley del Señor: Todo primogénito varón será consagrado al Señor; y para hacer la ofrenda que manda la ley del Señor: un par de tórtolas o dos pichones. 
 
  Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre honrado y piadoso, que esperaba la liberación de Israel y se guiaba por el Espíritu Santo. Le había comunicado el Espíritu Santo que no moriría sin antes haber visto al Mesías del Señor. Movido por el mismo Espíritu, se dirigió al templo. 
   Cuando los padres introducían al niño Jesús para cumplir con él lo mandado en la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: 
  Ahora, Señor, según tu palabra, 
   dejas libre y en paz a tu siervo, 
  porque mis ojos han visto a tu salvador, 
  que has dispuesto ante todos los pueblos 
  como luz revelada a los paganos 
   y como gloria de tu pueblo Israel.

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