Me siento afortunada de pertenecer al colegio Sagrado Corazón de Granada desde hace más de veinte años como “seño” de Infantil y madre de alumnas.
Mc 4, 26-34
Les dijo:
—El reinado de Dios es como un hombre que sembró un campo: de noche se acuesta, de día se levanta, y la semilla germina y crece sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce fruto: primero el tallo, luego la espiga, y después el grano en la espiga. En cuanto el grano madura, mete la hoz, porque ha llegado la siega.
Dijo también:
—¿Con qué compararemos el reinado de Dios? ¿Con qué parábola lo explicaremos? Con una semilla de mostaza: cuando se siembra en tierra es la más pequeña de las semillas; después de sembrada crece y se hace más alta que las demás hortalizas, y echa ramas tan grandes que las aves del cielo pueden anidar a su sombra.
Con muchas parábolas semejantes les exponía la Palabra, conforme a lo que podían comprender. Sin parábolas no les exponía nada; pero aparte, a sus discípulos les explicaba todo.
En las parábolas del evangelio de hoy, Jesús nos habla del crecimiento del reino que ya había anunciado. Podría llamarnos la atención que utilice en estas parábolas algo tan sencillo e insignificante como lo son un grano y una semilla en vez de hacerlo con comparaciones deslumbrantes ya que está hablando nada más y nada menos que del reino de Dios, pero si volvemos la vista unos años atrás y recordamos dónde y cómo Dios elige nacer, cobra totalmente sentido su apuesta por lo sencillo y humilde.
El reino de Dios es como la semilla del grano de trigo que, depositada en la tierra, germina y crece por sí sola. En ningún momento Jesús nos habla del trabajo del campesino. Esté despierto o dormido, el sembrador no tiene que preocuparse, pues el grano crece y se desarrolla sin que se sepa cómo. Es la propia semilla la que hace su trabajo desplegando toda su energía interna.
El reino de Dios es como el grano de mostaza. A pesar de ser la más pequeña de las semillas, una vez sembrada, crece y echa ramas tan grandes que las aves del cielo vienen a anidar a su sombra. En esta parábola nos sorprende el grandioso resultado de la acción de Dios en contraste con el comienzo desde el grano insignificante.
Podríamos hacernos unas preguntas a propósito de estas parábolas:
Sobre el grano de trigo: ¿Confiamos y nos abandonamos en el Señor?
Sobre el grano de mostaza: ¿Qué tipo de árbol nos describe mejor? ¿Damos cobijo a los que nos necesitan?
Quizás podemos tomar este evangelio como una invitación a abrirnos con más generosidad a los planes de Dios, tanto en el plano personal como en el comunitario. En nuestros hogares, colegios… es necesario poner atención en las pequeñas ocasiones que el Señor nos ofrece a diario, situaciones de acogida y de misericordia hacia nuestro prójimo. Quedémonos en la sencillez de estas parábolas para ser conscientes de que somos pequeños y débiles instrumentos, que en las manos de Dios y con su gracia podemos realizar grandes obras, haciendo progresar su Reino.
Hoy también podríamos reflexionar sobre este curso que ya llega a su fin. Seguro que todos hemos tenido momentos de ilusión y optimismo, pero también bajones y tropiezos. Hagámoslo desde una visión esperanzadora volviendo la mirada atrás y viendo cuánto se ha sembrado en cada alumno, en cada familia, compañero, en nosotros mismos… sin olvidar las palabras de Sta. Magdalena Sofía:
“Si unes tu vida a la de Jesús, serás semilla que dará el ciento por uno”.
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