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Comentario de la liturgia

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domingo 18 de abril

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por Josep María Llull

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Evangelio: San Lucas 24, 35-48

[/vc_column_text][vc_column_text]Ellos por su parte contaron lo que les había sucedido en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Estaban hablando de esto, cuando se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo:
—La paz esté con vosotros.
Espantados y temblando de miedo, pensaban que era un fantasma.
Pero él les dijo:
—¿Por qué estáis turbados? ¿Por qué se os ocurren tantas dudas? Mirad mis manos y mis pies, que soy el mismo. Tocad y ved, que un fantasma no tiene carne y hueso, como veis que yo tengo.
Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Era tal el gozo y el asombro que no acababan de creer.
Entonces les dijo:
—¿Tenéis aquí algo de comer?
Le ofrecieron un trozo de pescado asado. Lo tomó y lo comió en su presencia. Después les dijo:
—Esto es lo que os decía cuando todavía estaba con vosotros: que tenía que cumplirse en mí todo lo escrito en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos.
Entonces les abrió la inteligencia para que comprendieran la Escritura.
Y añadió:
—Así está escrito: que el Mesías tenía que padecer y resucitar de la muerte al tercer día; que en su nombre se predicaría penitencia y perdón de pecados a todas las naciones, empezando por Jerusalén.

Vosotros sois testigos de ello.[/vc_column_text][/vc_column][vc_column width=»1/2″][vc_column_text]¿Por qué buscamos entre los muertos aquel que vive para siempre y está entre los vivos?

La Resurrección desde la fe nos cambia la vida, porque nos reconcilia con nosotros mismos de raíz, desde la raíz de nuestro ser, y arrancándonos del poder de la muerte, de la desesperanza, nos devuelve a la vida.

Aquel “otro”, diferente a nosotros,     que se jugó la vida por nosotros, por todos sus hermanos, nos ama tal como somos, cree en nosotros, y esto lo experimentamos cada uno de nosotros de muy diversas maneras: “Dios te ama”, mis padres siempre estarán conmigo, mi mujer que bien sabe cómo soy y ante la que no me puedo esconder ni fingir, sin embargo me ama, me quiere, me acepta, me acompaña, me resucita de la muerte a la vida, y escuchamos el “Yo tampoco te condeno” de Jesús.

El resucitado viene también con sus heridas: de menosprecio,  de concertinas, de soledad, de baja autoestima, de hambre, de enfermedad… y  resucitado se sienta a la mesa en cotidianidad con nosotros y entonces nos llena de gozo.

Es la Ley de la Creación desde siempre. Seguramente no avanzaremos con líneas rectas, sino con renglones torcidos, pero el amor, el recomenzar, lo otro posible, es la ley siempre presente.

¿Cómo vivimos cada uno de nosotros resucitados, bautizados en Cristo, para nuestros hermanos? Desde nuestras heridas y desde nuestra cotidianidad.

¿Y cómo acogemos en nuestra vida de cada día al Resucitado que siempre tenemos a nuestro lado?[/vc_column_text][vc_single_image image=»8422″][/vc_column][/vc_row]

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