Gabriel Castillo, párroco en Granada
Jn 2, 13-22
Como se acercaba la Pascua judía, Jesús subió a Jerusalén. Encontró en el recinto del templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados. Se hizo un látigo de cuerdas y expulsó a todos del templo, ovejas y bueyes; esparció las monedas de los cambistas y volcó las mesas; a los que vendían palomas les dijo:
—Quitad eso de aquí y no convirtáis la casa de mi Padre en un mercado.
Los discípulos se acordaron de aquel texto:
El celo por tu casa me devora.
Los judíos le dijeron:
—¿Qué señal nos presentas para actuar de ese modo?
Jesús les contestó:
—Derribad este templo y en tres días lo reconstruiré.
Replicaron los judíos:
—Cuarenta y seis años ha llevado la construcción de este templo, ¿y tú lo vas a reconstruir en tres días?
Pero él se refería al templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de la muerte, los discípulos recordaron que había dicho eso y creyeron a la Escritura y a las palabras de Jesús.

“¿Cuánto cuesta?”
Quizá sea de las frases que más veces repetimos a lo largo de la vida. Lo decimos en el mercado, en la tienda online, en el taller del coche. Y está bien: todo tiene su precio.
Pero la trampa viene cuando, casi sin darnos cuenta, empezamos a preguntar lo mismo en terrenos donde la pregunta sobra. ¿Cuánto cuesta la amistad? ¿Cuánto cuesta un abrazo sincero? ¿Cuánto cuesta la dignidad de alguien?
El Evangelio de hoy nos presenta a Jesús entrando en el Templo y encontrándose con todo convertido en un gran mercadillo. Y lo entiende enseguida: el lugar de lo gratuito, del encuentro con Dios, se había transformado en un mercado donde todo se calcula, se negocia, se cobra. Y Jesús, con una radicalidad que sorprende, expulsa a los vendedores. Porque el amor de Dios no se compra ni se vende. Se acoge.
Y aquí viene lo incómodo: porque también nosotros a veces hacemos del corazón un mercadillo. “Te doy cariño si me lo devuelves.” “Te respeto si me respetas.” “Te invito si luego tú me invitas.” Relaciones con IVA incluido. Amistades a crédito. Amores con factura.
Pero Jesús nos recuerda hoy que lo más grande de la vida no pasa por caja: la ternura, el perdón, la generosidad, la fe… Eso sólo tiene lógica cuando se da gratis.
Por eso quizá la pregunta no sea ya “¿cuánto cuesta?”, sino “¿qué vale?”. Porque lo más valioso en la vida —lo verdaderamente sagrado— no tiene precio. Y cuando intentamos ponerle uno, se nos escapa de las manos.
Así que, la próxima vez que alguien te regale su tiempo, su escucha, su cariño… no te preocupes por devolverle el favor. No funciona así. Simplemente acógelo, agradece y, cuando puedas, entrégalo también gratis a otro. Porque la vida, cuando es de verdad, no se comercia: se regala.
Y recuerda: Si tu amistad, tu amor o tu fe llevan etiqueta de precio… ten cuidado, porque quizá solo te hayan cogido para un rato.



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