Impresiones que conquistan mi mente adoptando forma de pensamientos, dudas e inquietudes. Nociones que, al mismo tiempo, abrazan mi corazón erigiendo la búsqueda en toda su semántica, el recorrido pausado de un camino consciente, de un encuentro con aquello que pueda regalarme respuestas. 

Siento esquivar un claro propósito de huida hacia adelante, de saltar esa trampa que parece adueñarse de nuestra suerte. Con tanta convicción como ilusión, persigo esa voluntad que, sin saber muy bien cómo ni por qué, me mueve y me conmueve, me acoge y sobrecoge, me humedece los ojos y hace temblar mi garganta. Un anhelo, por tanto, que viste sus mejores galas con evidentes signos de emoción. Una emoción, a su vez, que escribe su propia historia bajo el guion de una reveladora misión.  

Viajar solo en verano por Pablo Pozo

Tan rusa es la montaña que traza la andadura anímica a lo largo del curso, tal es el vaciado afectivo y sensitivo que demandan nuestros jóvenes y que es otorgado desde la más honesta vocación, tanto es el trabajo volcado con empeño en pos de traducir códigos e infundir valores, tanta es la inversión en la comprensión más generosa y empática, tanto es lo que te infunde preocupación, esperanza, alegría y nerviosismo en un mismo día, tanta cicatriz humana te va tatuando esta profesión…; que toda conclusión interior respira con aire de autoterapia y reflexión. 

Cuando decido desarrollar profesionalmente una actividad donde el centro es el adolescente, donde, en un plano un poco más abierto, lo sustancial y valioso reside en el trato con las personas, entonces, adquiere especial relevancia el cuidado individual de cuerpo y espíritu. Se convierte en condición indispensable dicho bienestar, hablando en términos más trascendentales, para brindar una relación de calidad al prójimo, para ser indulgentemente justos en torno a lo que necesita la otra persona.  

En base a esta consideración, mucha de la energía esencial, parte fundamental de la terapia particular, las cotas más recónditas e insondables de autoconocimiento…, tienen su origen y toman verdadera forma en la soledad viajera. 

La llamada fluye con absoluta naturalidad, fruto de un desvelo instintivo, como si de un antídoto inconsciente se tratara. Así, en una inherente y consustancial voz del alma, cuerpo y mente sintonizan su frecuencia para resonar declamando lo exacto y lo preciso, la más justa e indicada escapada. Ya sea demandando cultura, conjurando naturaleza salvaje o invocando una función manifiesta de voluntariado, me pongo en marcha hacia ese destino elegido. 

Viajar solo en verano Pablo Pozo

Pies que ansían seducir senderos y calles, vías y estaciones, muelles y aeropuertos, orillas, valles, rocas y cimas.  

Razón que pretende enamorar a la calma a la parada, al pensamiento que llega sin quedarse, a la conversación diferente, al diálogo con el yo descuidado, al recuerdo que da cordura, al sueño que transige dulces dosis de locura, al aprendizaje vital de la observación quieta y la escucha callada. 

Cuerpo que, en la concentración del retiro, sigue aceptando nuevos retos y extrayendo conclusiones de sus propios límites. El periplo se presenta, se pondera, se aprecia y se emprende sin ambages. Y el cuerpo pone en funcionamiento su innato mecanismo de resistencia y habla con inteligencia alcanzando el equilibrio entre acción y descanso. Una armonía beneficiada, sin duda, por la paz individual.  

Corazón que, como fiel peregrino y leal escudero, secunda las huellas de pies, cuerpo y razón. Un corazón que metaboliza la soledad liberando un oxígeno diferente, una tregua sosegada que recompone la espiritualidad, exalta la generosidad y protege el don de la humildad.  

Con el entusiasmo intacto, alzo la mirada, hago la mochila y me entrego al horizonte.