En Las Norias, el sol no se pone: se queda a vivir. Como si también él supiera que aquí no hay salida fácil. Aquí todo arde: los invernaderos, la piel, las miradas. Pero hay una llama distinta, más pequeña y más testaruda, que se enciende en Bantabá.
He vuelto. Otra vez. Como quien regresa a un lugar donde una parte de su alma se quedó. He vuelto a Bantaba, con las religiosas del Sagrado Corazón, mujeres que caminan sin hacer ruido, pero remueven los cimientos de las cosas importantes. Y me he reencontrado con los chicos. Y con las chicas. Y con sus sonrisas, que resisten lo que ni siquiera el cuerpo aguanta.
Algunos ya son como familia. Nos reconocemos sin decir palabra. No preguntan por qué he vuelto sino que celebran que no me haya perdido del todo. Me llaman “maestra”, aunque yo a veces dudo merecerlo, sobre todo cuando leen por primera vez la palabra mamá y se ríen como si acabaran de contar un chiste.
En clase se ríe. Mucho. Nos reímos de los errores, de las palabras imposibles, de las vidas que traen a cuestas. Ellos, que han cruzado mares y desiertos, tropiezan ahora con “vivo en…”, “me llamo…” y “yo soy, tú eres”. Ellos, que han atravesado lo innombrable, ahora luchan con el alfabeto. Y yo, que he tenido todo fácil, me pierdo entre sus silencios y sus miradas tan hondas. Yo, que nunca tuve que traducirme para existir, me descubro analfabeta de sus silencios.
Aquí, en Las Norias, uno no camina: sobrevive entre surcos y respira. El polvo se mete en los ojos, en la lengua, en los días. Y hay cuerpos que siguen de pie por pura costumbre. Pero hay algo que sí puedo decir: aquí, cuando alguien aprende una palabra nueva, el mundo se agranda un poco.
La primera vez pensé que venía a este proyecto a “acompañar”. Pero aquí una aprende pronto que nadie guía a nadie. Caminamos al lado. Ellos me enseñan más de lo que yo podría enseñarles. Me enseñan a reír sin motivo, a esperar sin desesperar, a vivir sin manual.
Cada día, cuando termina la clase, me quedo un momento en silencio, involuntariamente, quizá para intentar entender por qué en este rincón olvidado del mapa hay tanta vida latiendo fuerte.
Que bonito testimonio de entrega y amor de la hermana en su misión.!!
Ese reencuentro con los niños en ese lugar le hace olvidar las dificultades y que broten nuevos sentimientos al compartir sus risas, logros, su vida…así son las Religiosas del Sagrado Corazón de Jesús. Muchas bendiciones.
Excelente testimonio!!
Querida Marina : tu experiencia ha «tocado» mi corazón..es tan bella,tan humana y al tiempo… !tan realista!
Conozco las Norias, Bantabá..he vivido alli hace años…..pero en realidad leyéndote veo ,que apenas me enteré de la enorme riqueza que alli había,que allí hay!
Gracias por agrandar mi mirada,por ensanchar mi alma,por ahondar el agradecimiento!
Gracias !
«sigue sin perderte del todo»
Gracias Marina por acompañarles, aprender de ellos y humanizar nuestro mundo!