Profesor de Bachillerato y responsable de Comunicación del Sagrat Cor Sarrià. He estado vinculado con proyectos RSCJ, como Bantabá . Grupos Barat Besós. Para mí fueron años muy importantes en mi vida y en mi fe.
Lc. 18, 1-8
Para inculcarles que hace falta orar siempre sin cansarse, les contó una parábola:
—Había en una ciudad un juez que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había en la misma ciudad una viuda que acudía a él para decirle: Hazme justicia contra mi rival.
Por un tiempo se negó, pero más tarde se dijo: Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar a golpes conmigo.
El Señor añadió:
—Fijaos en lo que dice el juez injusto; y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos si claman a él día y noche? ¿Les dará largas?
Os digo que les hará justicia pronto. Solo que, cuando llegue el Hijo del Hombre, ¿encontrará esa fe en la tierra?

La viuda del evangelio no tiene nombre, pero su voz resuena con fuerza. Podría llamarse María, Fátima, Ikram… Podría ser la madre migrante que necesita refugio, la joven a quien no creen en un juzgado o la anciana que desea compañía en su soledad. Podría ser cualquier mujer que encarne la fortaleza de quien no se cansa de pedir justicia, aun cuando el poder parezca sordo y el mundo indiferente.
La parábola de la viuda persistente y el juez injusto nos abre a la oración: no como un gesto mecánico ni mágico, ni un acto rápido y cómodo, sino como un compromiso profundo que atraviesa la vida. Ahonda en ella, como una opción que se sostiene en virtudes, que le dan sentido y, al mismo tiempo, forjan a la persona. Nos recuerda que la fe requiere espera activa, insistencia valiente y autenticidad en la petición.
Me doy cuenta de que estoy lejos de ser la viuda constante. A menudo la impaciencia y la duda me vencen; la diplomacia aflora y mi fe se tambalea. Sin embargo, su ejemplo me da esperanza: si nos empeñamos en hablar con amor y mantener nuestra autenticidad, si persistimos en la ética… la justicia llegará.
Este evangelio me sugiere que la fe paciente no es pasividad: es fuerza rebelde que transforma, a su ritmo, pero de manera profunda, estructuras, conciencias y corazones. La fe se hace tangible cuando se persiste frente a la adversidad y aunque la recompensa parezca invisible.
Ser la viuda hoy significa reconocer la dignidad de los olvidados, acompañar al que sufre y alzar la voz cuando otros callan. Es vivir la fe como un acto de resistencia, de humildad y de reclamo incansable.
Jesús pregunta: “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?” Esta es una llamada que atraviesa generaciones. Pidamos para que en la nuestra sepamos seguir en pie a favor de la justicia para dar respuesta encarnada y viva: ser viudas de hoy, pacientes, incansables y auténticas, cuidando a los marginados, denunciando la indiferencia y sosteniendo la esperanza.
¡Gastemos la vida en querer responder!
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