En aquel tiempo, como algunos ponderaban los hermosos sillares del templo y la belleza de su ornamentación, les dijo: 
  —Llegará un día en que todo lo que contempláis lo derribarán sin dejar piedra sobre piedra. 
  Le preguntaron: 
   —Maestro, ¿cuándo sucederá eso y cuál es la señal de que está para suceder? 
  Respondió: 
   —¡Atención, no os dejéis engañar! Pues muchos se presentarán en mi nombre diciendo: Yo soy; ha llegado la hora. No vayáis tras ellos. Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no tengáis pánico. Primero ha de suceder todo eso; pero el fin no llega enseguida. 
  Entonces les dijo: 
   —Se alzará pueblo contra pueblo, reino contra reino; habrá grandes terremotos, en diversas regiones habrá hambres y pestes, y en el cielo señales grandes y terribles. 
 
  Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, os llevarán a las sinagogas y las cárceles, os conducirán ante reyes y magistrados a causa de mi nombre, dándoos oportunidad de dar testimonio de mí. 
  Haced resolución de no preparar la defensa; yo os daré una elocuencia y una prudencia que ningún adversario podrá resistir ni refutar. 
 
  Hasta vuestros padres y hermanos, parientes y amigos os entregarán y darán muerte a algunos de vosotros; y todos os odiarán por mi nombre. Sin embargo, no se perderá ni un pelo de vuestra cabeza. Con vuestra constancia ganaréis vuestras vidas.