Hola, soy Alejandra, nacida en Bolivia, radico en España desde hace 12 años. Soy médico del deporte de profesión, y apasionada por la espiritualidad del Corazón de Jesús.
Lc. 17, 11-19
Yendo él de camino hacia Jerusalén, atravesaba Galilea y Samaría. Al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez leprosos, que se pararon a cierta distancia y alzando la voz, dijeron:
—Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros.
Al verlos, les dijo:
—Id a presentaros a los sacerdotes. Mientras iban, quedaron sanos.
Uno de ellos, viéndose sano, volvió glorificando a Dios en voz alta, y cayó de bruces a sus pies dándole gracias. Era samaritano.
Jesús tomó la palabra y dijo:
—¿No se sanaron los diez? ¿Y los otros nueve dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios, sino este extranjero?
Y le dijo:
—Levántate y ve, tu fe te ha salvado.

Esta narración que nos ofrece el Evangelio de Lucas no tiene desperdicio, hay una variedad de movimientos internos/externos, actitudes, cruce de palabras y miradas, lugares geográficos y existenciales… que me hacen imagen de esto que tanto repetimos y que no terminamos de creérnoslo: Dios lo habita y lo abarca absolutamente todo, muy especialmente allí donde pensamos que no está o no puede estar; pero voy a rescatar solo un detalle del relato que me ha quedado resonando dentro: la mirada de Jesús.
Me imagino a estos diez leprosos cargando una historia de rechazo y exclusión social que vivían en aquel tiempo a causa de su enfermedad: ¿qué los llevaría a “salir al encuentro” de Jesús, con el riesgo de ser, una vez más, rechazados y tratados como impuros e indignos? Si tú alguna vez has sufrido rechazo o exclusión, entenderás el porqué de mi pregunta. Es una experiencia muy dolorosa. Luego, algo debieron escuchar, ver o intuir que era distinto en él. Y en efecto: su modo particular de mirar. El relato cuenta que “Jesús, al verlos… quedaron sanos”. Jesús los mira en su verdad sufriente, sin juicio, sin rechazo, no hace interrogatorio ni les exige respetar “normas de pureza”. Los mira más allá de lo aparente, incluso cuando objetivamente pueden provocar rechazo o asco (los leprosos padecían de mal aspecto por lesiones en la piel que al infectarse desprendían un fuerte mal olor), pero él mira su dolor y su necesidad.
Como seguidoras y seguidores de Jesús, en un mundo que clama paz y compasión, la invitación es a sostener la pregunta ¿cómo miro a los que me producen rechazo, miedo, rabia…? ¿cómo miro partes de mí misma, partes de mi vida que rechazo o reprimo? sin intentar buscar respuestas inmediatas o moralizantes, sino tomando consciencia de la necesidad de aprender a mirar como Jesús miraba, de corazón a corazón, porque esa mirada puede sanar cualquier enfermedad. Pidamos con humildad a Jesús la conversión de nuestra mirada.
Comentarios recientes