Hoy volviendo a casa le decía a Marina “Estar en las Norias ha sido un regalo, es un privilegio”, y es que solo tengo palabras de agradecimiento por haber podido estar aquí estos días.

Esta experiencia es especial, no porque con ella puedas sentir que cambias la realidad, sino por la humildad y autenticidad que se respira en cada esquina. Aquí todos aprendemos, compartimos y se vive desde lo sencillo, desde lo humano. Aquí se respira un sentimiento real de hermandad donde aprender a decir ba suba, una conversación con los chicos, la sobremesa del mediodía en casa, el chocolate fresco en el patio un domingo o una clase donde hablamos de los animales mientras hacemos mímica, son momentos cargados de sinceridad y realidad.

Momentos que te invitan a respirar de otra manera, que te hacen creer, de manera profunda, que sí puede haber otra forma de vivir. Que en lo sencillo está lo humano y que hay que velar por lo humano, a toda costa. Que no nos podemos olvidar que esto sí existe y sí está pasando.

Esta realidad es cruda, injusta y cruel. Es indecente y no hay palabras para describir el sufrimiento humano que hay en estas personas. Pero en medio de este pequeño pueblo existe también un “espacio de encuentro que, en cada pueblo y en cada ciudad, sirve de punto de encuentro para los habitantes”. Y es que en los brazos de Bantabá cabemos todos.

Estos brazos pueden ser una mano que te estira, un abrazo, una caricia o, incluso, una palmada en la espalda que te dice “eh tú espabila”. En Bantabá se escucha, se acompaña, se vive.

Yo no sé muy bien qué pasa aquí, pero lo que sí tengo claro es que Dios está.
Gracias por la convivencia, el cuidado y la confianza.