Desde que vine al mundo, mi horizonte ha sido el mar. Lo que para mí ha sido expansión y anchura, para otros supone agobio y ansiedad. A menudo escucho a los que no son isleños el esfuerzo que les supone vivir en una isla de la que no pueden salir tan fácilmente. En Mallorca no hay más: de Este a Oeste 70 km. Y de Norte a Sur un poco más de 100 km. Pero algo debe de tener esta tierra que ha atraído a tantas culturas a lo largo del tiempo: fenicios, griegos, romanos, musulmanes, cristianos… han dejado en ella su huella, y seguramente el ancho horizonte del mar dejó una honda huella en ellas. 

Mi relación con el mar ha ido cambiando a lo largo del tiempo, pero sin duda, ha sido siempre un lugar al que volver, especialmente a la casa familiar a orillas del mar en el Puerto de Pollença, en el norte de la isla.  

verano en el mar por Patricia Hevia rscj

Es un recuerdo vivo y presente la impresión abrumadora que ejercía el fondo marino en mi infancia. En casa teníamos un barco y podíamos salir a navegar a calas escondidas e inaccesibles. Lo que más deseaba era ponerme las gafas y bucear… me sentía envuelta por el silencio y la belleza, y me gustaba descender tanto como podía para rescatar algún tesoro. Me asombraban las algas, los peces de distintos colores, los corales y el azul intenso del mar. 

En mi adolescencia el mar fue más bien un objeto de disfrute. Lo que hoy es para mí una aberración entonces me seducía: la velocidad sobre el mar y la oportunidad de compartir juegos y diversión con mis primos y primas y con la pandilla. 

En mi adultez me gusta más contemplar el mar desde fuera y mantener una relación silenciosa y sosegada con él, como cuando cojo la piragua y el silencio solo se ve roto por el sonido de las paladas. Disfruto mucho de esa conjunción hecha de esfuerzo, sol, salitre, horizonte, rocas, verde… O como cuando me dejo acariciar por el vaivén suave de sus olas. Me siguen asombrando sus colores: verdosos, turquesas, marinos… ¡Mediterráneo! 

Y me apena y me angustia la devastación de nuestros mares ahogados por la presión del turismo y por un ocio que lo explota y lo degrada. Los fondos marinos de mi infancia han desaparecido bajo el impacto de yates, lanchas, motos de agua y vertidos. 

El mar bien podría ser para mí una imagen para nombrar a Dios y su Amor: ancho, largo, profundo, inabarcable, inmenso, y su invitación: sumergirme en él y dejarme empapar… 

¡Gracias, mar mediterráneo, por ser testigo fiel de mi vida! ¡Gracias por hacerme saber siempre en casa y bienvenida!